Poemas de Raquel Abend van Dalen
Fotografía realizada por Violette Bule |
Raquel Abend
van Dalen (Caracas, 1989). Magíster en Escritura Creativa en Español por
la Universidad de Nueva York (2014), es la autora de los poemarios: La beata de las locas (Entropía
Ediciones, 2019), Una trinitaria encendida (Sudaquia Editores, 2018) y Sobre
las fábricas (Sudaquia
Editores, 2014); de las novelas Cuarto azul (Kálathos
Ediciones, 2017) y Andor (SubUrbano Ediciones, 2017); y coautora de Los
días pasan y las formas regresan (Bid&Co. Editor, 2013). Actualmente, estudia el PhD Interdisciplinario en
Escritura Creativa en español e Historia del Arte en la Universidad de Houston.
I
Voy botando sangre sobre tu cama
todos los meses el cuerpo se prepara
para un embarazo que no puedes darme
mi útero sigue cubriéndose
y sigue desprendiéndose sin consciencia
de una casa (para nadie).
II
Señalaste un pote
sin origen
un cúmulo de raíces
flotando en el agua
te dije que esa
planta no hacía nada con su vida
desde que estamos
juntas no ha sacado más hojas
tampoco ha florecido
alguna vez
y me detuviste:
a veces basta con
mantenerse viva.
***
Qué apretada me queda la palabra lesbiana,
tan plástica y arrulladora, como un papel
envoplast
sofocando un pan que nunca probé.
Esa capa de grasa que algunas se meten entre la
piel
y los huesos para tener calor y no desmoronarse
en el mundo.
Rompo la palabra lesbiana, como rompí la palabra
heterosexual.
Las estrujo entre los dientes, las penetro con
los colmillos y los incisivos,
les dejo orificios como caracoles,
paseo sus restos por mi lengua como si alguna vez
hubieran sido
más que lenguaje, como si las conchas no me
rompieran la boca,
y la sal no se mezclara.
***
¿Qué quiere decir
que mi pulso emocional
está siendo recolectado por empresas
que quieren venderme sus productos
y colocan sus anuncios en mis redes sociales
de sostenes que sí van a entender mis tetas?
***
Mi cama es tu cocina
mi salchicha es tu salchicha
busca el tenedor
me como tu salchicha o
tú te comes mi salchicha
busca el cuchillo
da igual
ninguna de las dos
tiene huevos fritos.
***
Si le tomo la mano a mi novia
cuando estamos caminando en la calle
o en el mercado o en alguna tienda en Texas
tengo la impresión
de que los demás prefieren no vernos.
Algo en nosotras
remueve sus miedos o sus fantasías más profundas.
Voltean y nos pasan a un lado.
Algo en mí
siente satisfacción cuando eso ocurre.
Yo también volteo para no verlos a ellos
cuando voltean y nos pasan a un lado.
A veces, también, cierro los ojos
por si sacan un arma.
***
Alguna vez
un psicoanalista dijo:
la familia es un
arte difícil.
No recuerdo su nombre
ni su rostro
ni su estatura.
Recuerdo
sus manos
la dirección de su consultorio
los dulces en la sala de espera
la sonrisa amarilla de su secretaria.
***
Cada domingo se repetía
el mismo terror sobrio de acabar
la semana en la iglesia del colegio
Don Bosco, donde nos escondíamos
con mamá en el último banco, allá
atrás, frente a los vitrales violentos
de la pasión. Mi hermano y yo
marchábamos en fila hacia el confesionario
porque éramos dos niñitos salesianos con grandes
responsabilidades. Algún día
seríamos tan santos como los apóstoles.
A veces éramos monaguillos
y arrastrábamos el roquete blanco de encajes
durante la peregrinación
y desde el altar veía a mamá sentada
al momento de la comunión, todavía
cargando la cruz del divorcio. Nunca
me gustó que el cura penetrara la hostia
en mi boca, que mi lengua tocara sus dedos
dulzones,
hubiera querido masticar el cuerpo sola, beber la
sangre sola.
El terror era un secreto austero entre Cristo y
yo.
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