Dos poemas de Martín Rangel




para ser visible es decir

de verdad visible ante los ojos del espanto
haría falta coronar de furia y de solaz
la mecha
a medio encender de la palabra
de la misma palabra que no es precisa
ni mucho menos justa
ni jamás verdad.
de ahí la urgencia de ornamento:
coronarla
uncirla de diamantes
para que el miedo sepa
dónde exacto aterrizar sus velas
y la certeza del naufragio
le conforte.


lo que va quedando

es la ciudad y su grito desgañitado
de ave derribada en pleno vuelo,
de pupila henchida,
de ala extendida y de giro.
la ciudad y su grito desoído
porque de moneda lleva,
bajo la lengua quieta,
un gemido de bestia malherida
disminuido al paso helado de la muerte.
y así trina la ciudad,
y brama,
y ruge,
y ladra,
y grita la ciudad su grito que no alcanza
más que a devolverse en eco
–voz de espejo ante su ruina ya olvidada–
hasta allí,
donde nadie logra oírle.

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