Poemas de Enrique Falcón


Enrique Falcón (Valencia, 1968) Poeta de la conciencia crítica, la obra de Falcón se aventura en los márgenes del lenguaje concibiendo la poesía como un acto de disidencia y subversión frente al sistema neoliberal del siglo XX y XXI. Tal como señala Alberto García Teresa, “la obra de Enrique Falcón supone un hito en la poesía española contemporánea. Su obra sabe conjugar una intención radicalmente renovadora, una alta exigencia a nivel estético, un abordaje muy explícito de la conflictividad socioeconómica y un firme objetivo, teóricamente muy sólido, de que su escritura trabaje en pos de la transformación social; todo ello ejecutado y ligado de una manera abrumadoramente coherente. El resultado es una poesía de gran calidad en la cual una rigurosa experimentación formal está supeditada totalmente a las necesidades expresivas y de representación, porque la mirada poética que desarrolla Falcón, que pretende enunciar el mundo que observa y vive (un mundo en crisis, atravesado por el sufrimiento y la injusticia social), requiere una ardua investigación lingüística y retórica”

Es autor de los poemarios El día que me llamé Pushkin (Ediciones del Ayuntamiento de Sevilla, 1992), La marcha de 150.000.000 [1]: «El Saqueo» (Ed. Rialp, Madrid, 1994), La marcha de 150.000.000 [1 y 2]: «El Saqueo» y «Los Otros Pobladores» (Editorial Germania, Valencia, 1998), AUTT (Ed. Crecida, Huelva, 2002), Nueve poemas (Ed. Universidad de Valencia, 2003), Amonal y otros poemas (Ediciones Idea, Tenerife, 2005), Para un tiempo herido (Ediciones Amargord, Madrid, 2008), Taberna roja (Ed. Baile del Sol, Tenerife, 2008), La marcha de 150.000.000 (Ediciones Eclipsados, Zaragoza, 2009), Porción del enemigo (Ed. Calambur, Madrid, 2013), Aluvión (selección e introducción de Alberto García-Teresa; Ed. La Oveja Roja, Madrid, 2017) y La marcha de 150.000.000 (Editorial Delirio, Salamanca, 2017). Versión completa, incluye [1-5]: «El Saqueo», «Los Otros Pobladores», «La caída de Dios», «Para los que aún viven» y «Canción de E») 





EL FIN Y LA CAIDA

escribo poemas a dos metros del apocalipsis
un día anular    con una hoz de tierra
en las postrimerías de mi tiempo de mi mundo de esta edad
sin uñas
escribo poemas,
anillado al amor como un niño amansado.

juan me acompaña y hay luz en sus ojos
la misma luz exacta que no vimos entonces
yo escribo poemas    él no suelta mi mano
la tierra se ha apartado  instintivamente

un poco más abajo las historias
ya han sido todas relatadas:
los profetas buscan agua
recogen pronto sus agujas
se aprietan en los patios a esperar el fin de esta tormenta

mi hijo (que ha apretado mi mano)
pregunta si ¿ahora?

yo le digo que nunca,
en el curso de la historia del hombre,
había sido más lícito escribir un poema

(la tierra ha respirado y
en todos sus termómetros se acunan los erizos
los francotiradores han dejado sus puestos
y en ellos ya no quedan sino piel y colillas)

todo el mundo sabe,
todo el mundo espera

finalmente no hubo el agua que anunciaron los augurios,
el agua que devasta autopistas y campos:
sino agua de los tronchacadáveres,
agua nuestra y lisa de mis antepasados,
agua para el fin de los días, para el rezo en los colchones
cercados de plegarias

las historias, en efecto,
finalmente han sido ya contadas:
solo yo escribo poemas, en las postrimerías del tiempo,
empuñando una hoz que se hinca en la tierra.

mi otra mano en mi hijo
tiembla con la edad que aguardan los hombres
y no hay muerto que hoy no tenga su muerto apretado,
ni su duda de arista, ni su alivio inasible

la tierra, más abajo, se achicó sin sorpresas
hace ya más de dos horas que callaron las ciudades:
el pan con levadura ha quedado colmado
y en poco más de un rato saldrán de los colegios
(de todos los solares) (de todos sus arcones)
los niños derramando su empeño de cinturas

todo el mundo lo sabe,
todo el mundo lo espera

mientras tanto contesto
(delante de una mano que conduce a mi hijo)
que nunca como ahora
fue más lícito escribir un poema:

este
          poema
que hinco en la tierra, empuñando una hoz.

: sí,   yo escribo todo esto
a dos metros contados del apocalipsis
un día anular      con una hoz de tierra:

juan (que me acompaña) ha soltado mi mano

y unidos en la dicha,
contemplamos sobre el curso del agua

     (juntos)   (para siempre)

el fin y la caída
del Capitalismo.


De Porción del enemigo




V

De línea en línea,
junto a esta alambrada de corazones, poderosa alga insolente,
si el fusil ha llegado a taladrarnos casi toda conciencia
y nuestros hijos han ido cayendo
como en un silencio de palmas
eternamente enrojecidas. Si
hasta entonces hemos levantado la mano y los clavos de la mano
y todas nuestras cartas han brindado en el color en quiebra del olvido
desbordadas de oro y níquel,
rudas como extrañas gargantas
o clavículas de nieve. Si
hemos soñado en una tierra que acoja
y alivie nuestro paso con un poco de agua,
el agua divisible que da la medida del hombre[1],
si va a venir el día
fatídico del miedo descajado,
un nicho de pólvora apenas
aquí desclavándose en mitad de los ojos.

         También ellos embarcaron
         sueño adentro
         espantados de espinal y sementeras
         allá donde el silencio
         y una nieve enmohecida
         crepitó el silencio, los caballos altos
         de la boca
         (sueño adentro),
         de la herida.

Hemos atado al madero el signo de las lilas
atrás abandonado
junto a nuestras madres, y las lilas
idénticas al beso,
al pie de las canciones que oíamos de niños
tragando clavos en los buches de la ira[2]
(un hombre que llegaba cubierto en tiznes y aceituna
y sembraba girasoles con el deje de un vocablo
encabalgando la tarde, para siempre ya imposible). Si
los muslos van doliendo el golpe, el filo,
y la Marcha debiera quedar
mansamente cubierta
con las maldiciones azules de nuestros antepasados,
y así rodar por las nucas como en un absurdo castigo
el hambre programada. Si[3]
alguien ya ha rezado sin saberse
herido y olvidado por la cruz de los caminos,
cuchilladas de polvo, jirones de sangre arrebatada, espuma con las bocas. Si
la ceniza corona los miembros amputados,
y millones de agonías. Si
tierra maldita, si voces del despojo, si trenzas. Si
vuelco de los dedos ateridos. Si
antebrazo y clavícula agrietada. Si
tendones, si caricia, caballo lento, si fusiles.
Si cólera atragantada en mitad del sueño
y del infante agotado,

         (como tres puñales
         tres adelfas destrenzadas),

la cólera atragantada en mitad del pecho abierto,
y el grito del padre, y el tejido, y la rabia, y el tejido desbordado.

Apenas hubiéramos estado dispuestos entonces
a salir de la casa del cautivo, de la casa prometida
por los dioses de los padres, y casa fuera
para relajar los músculos y reposar el hombro sobre el llanto de la hembra,
y detrás los arenales,
y detrás el campo ennegrecido,
y detrás las lluvias locas, detrás la madreselva,
la pena descunada poseedora de los sueños.
Del letargo entre nosotros escapa un hombre...
cubierto de grano, sobre mis dedos un hombre que escapa
un hombre que es yo   —ya he dado
finalmente su nombre, enrique-luto-de-los-ciervos,
mi yo desprendido de orina,
de arena.
Y hasta que volvamos,
el lino y el sonido de los perros cazadores
apostándose en la rabia
mineral de las viejas estaciones,
hasta que sea con regreso[4]
regreso con la arruga y la boca calentada
en palabras enroscándose a la encía,
y en el diente perforado,
por todo aquello que quisimos hace tiempo
y que ahora es hombro, muslo, tendón herido,
o seno o labio o clavícula deshecha
e inmensa marcha concentrada en torno al árbol,
el Árbol de la Cruz, y contrahachado,
los tobillos del orgullo,
la mirada de la madre,
                                     si el fusil.

Llegado a este lugar
sería mejor que dispararais.

Que mi libro de aortas os dispare.

Y que entonces caigan los más fieros de nosotros,
que el sueño de la hambruna quede para siempre repartido
y repatriado el descaro y desmembrada nuestra rabia,
y los hijos de la marcha (poderosos amamantados de la arena)
se mezcan para siempre con el sueño ya imposible de los padres,
con el hambre genital de nuestros muslos,[5]
con el hambre.

De La marcha de 150.000.000




EN CUCLILLAS

Si no tú de las sombras te subes a buscarme
y arañas mis incendios si me encuentras dormido,

tú con tus temblores
en mitad justo del mundo
sacas la protesta del abrazo del agua

(y así puedas hacerla
                               firme o más posible).

No más así que el tiempo brutalmente sonría
y beba en sus hormigas una rabia inútil:
en la hora del amor
me atrevo a pronunciarte
y a entrar en tus caderas con un perro en la boca.

En ese instante entonces,
largamente en calma (si logras despertarme),
ponernos en cuclillas y ladrar ante la gente
es volvernos cuerdos, sacar nuestros cuchillos
rasgar el hambre muda / la luz que reclamamos.

De Taberna roja y otros poemas


[1] el agua divisible que da la medida del hombre es un verso de la “Segunda Oda” de Paul Claudel.
[2] tragando clavos: en enero de 2007, por dos veces en ocho días, intentó suicidarse (tragando clavos) el condenado a muerte Hadi Sa'eed Al-Muteef, en huelga de hambre desde que fue recluido en las celdas de castigo de la prisión de Nayran (provincia occidental de Arabia Saudí).
[3] el hambre programada: «El gobierno de Níger, bajo las instrucciones del FMI y de la Comunidad Europea, se negó a distribuir comida gratis entre los más necesitados» (London Observer del 7 de agosto de 2004). En la primavera, el Fondo Monetario Internacional presionó al presidente de Níger, Mamadu Tandja, para que implementara un impuesto del 19 por ciento sobre el valor añadido también en los alimentos. El impuesto se añadió incluso a pesar de que se produjo un aumento superior al 75% en los precios alimentarios. Durante el mes de junio de 2005 miles de personas murieron de hambre en Níger: durante todo ese tiempo había comida disponible, pero (debido a que las directrices económicas no estaban dispuestas a “deprimir los precios del mercado”) simplemente los pobres no tuvieron el dinero suficiente para afrontar los crecientes precios de los alimentos (Yves Engler: Hambrunas del mercado, 2005).
[4] el regreso: así lo une a la derrota Nvamain Soulé, un joven camerunés de 21 años que en octubre de 2005, tras varios intentos de alcanzar Europa, fue interceptado en Tánger por miembros de la gendarmería marroquí, deportado a la ciudad de Oujda, golpeado y robado por la misma policía, y finalmente abandonado en el desierto cerca de la frontera con Argelia junto con otras 55 personas. Obligados por la policía argelina a adentrarse a pie en dirección sur, una veintena de los deportados murieron –hambre y sed– en el desierto. Nvamain Soulé consiguió llegar, vivo, a la ciudad de Agadez (Níger), acompañado de su amigo Garba Atiku.
[5] el hambre genital de nuestros muslos: «ansia constitutiva del hombre, el hombre no tiene hambre: es hambre» (Hugo Mújica, el poeta argentino de Sed adentro, en una entrevista de marzo de 2001).



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