Poemas de Noraya Ccoyure Tito



Noraya Ccoyure Tito (Lima, 1986) Licenciada de la carrera de Literatura de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos con un estudio sobre la generación del 60 en la poesía peruana. Actualmente, pertenece al programa de Creative Writing de The University of Texas at El Paso.



 CANTO DE BALLENA NEGRA

La ballena negra se hace carne
             en sus paseos
            por la avenida.  

Tras recorrer algunas cuadras,
       recoge a una ciudad
             y la arrulla
  con el lento vaivén de sus aletas.
                                    
        Tan distraída va
       que cruza la calle
      sin atender a los semáforos
y una muchedumbre de corbatas la atropella: 
         su descomunal cuerpo
      cae a los pies de un poste.

          Un quejido
    brota de su herido espiráculo,
    pero nadie viene en su ayuda. 

         El crepúsculo llega
  con su llovizna partida
         y la ballena negra
    canta sus últimas notas
             de playas
        y aguas perdidas.
      Aquel débil cántico 
   conmueve al poste que la sostiene,
    y  pronto sus demás compañeros
   - ordenados en una sola línea a lo largo de la calle -
      la rodean y bajan sus cascos.

   En el reflejo de su abismal ojo,
                 la ciudad
  - que aún dormita en sus entrañas-
             cierra las cortinas
          para aguardar otro día.




CARTA PARA UN PELÍCANO

Papá, hoy que corre buen viento,
debemos conversar. Alguna vez me dijiste:
                                      la muerte es una puerta sin casa
Y no era verdad.

Pues tras varios años de tu partida,
            tus escamas opacan
         el brillo de las ventanas,
           tus ojos descansan 
   sobre el color violeta del viejo ropero,
    y tu cola yace enredada
               en la caja de luz.

Papá,                                                                       
          la vida picoteó incesantemente
         tu pecho de pelícano
           forjándose una delgada catarata
                        de la cuál nacimos
                                     mis hermanitos y yo.
    
El dolor
     enterró tu rabioso cuello en el río,
           haciendo que nuestro hogar-buche,
         ese pozo coronado de amargura,
       nos ofrezca como único alimento
       palabras ahogadas,
      flores y plumas muertas.  
 Éramos pequeños crustáceos devorando
              tu ausencia dominical. 
            Ya soy una mujer grande
          y recién comprendo tu silencio de agua
       sobre una perezosa frente a la calle.
       El porqué de tus aullidos a la hora
              de la repartición de la comida.
                    Y tu cruel caminata
          alrededor de nuestras cabezas.           
          Eran tus pequeñas muestras de niño
            con el corazón cubierto de barro.

Papá, 
     no sabes cómo lamento
el invernal exilio de tus huesos
el color desteñido de este camposanto,
  esta inquebrantable pared
     de tierra entre los dos,
  y el no poder que estar aquí
     para sacarte la mala yerba…





                           

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