Dos poemas de Diane Wakoski
Mi certificado de boda
Hay sombras
que parecen peligrosas manchas
en tus pulmones
llenando
un retrato tuyo
que tengo en mi mente.
El mecánico
La
mayoría de los hombres usan
los
ojos
como
metrónomo
para
marcar el compás
del
caminar de una mujer
cómo
sus caderas se ciñen
contra
la tela, igual que los higos
en
el árbol
justo
antes de reventar
sus
moradas pieles,
para
medir qué tanto
de
su andar emplea en la cama
de
noche,
la
jarra del cielo
llenándose
de vía láctea
centellea
cada vez
que
ella mueve los labios.
pero,
claro,
los
secretos
no
son los golpes obvios
en
la canción
que
cualquier baterista puede dar
oyendo
la velocidad del motor
—hecho
también de golpes—
tan
rápidos,
sutiles,
supongo,
que
llegan como un sonido continuo
o
el corazón que, por supuesto,
golpea
sin ventilador
que
lo mantenga
fresco;
es
una prueba,
un
ritmo,
que
no podrían ver
aquellos
ojos medidores
aunque
tal vez haya algunos
con
dedos y oídos
tan
cerca de los motores
con
aceite limpio circulando por los oídos
que
depure la sesera,
quizás
algunos...
puedan
decir
en
qué consiste
el
secreto sangrar de una mujer.
Como
mujer
con
estrellas untuosas
en
todos los puntos
de
mi piel
nunca
podría
fiarme
de un hombre
que
no fuera mecánico;
un
hombre que usa sus
ojos,
sus
manos,
escucha
al
corazón.
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